Rica fruta, pero muy grande semilla

lunes, 7 de abril de 2008

Mamamalia, era una mujer a todo dar. Había criado a sus hijos e hija a punta de trabajo, a la par de mi papá Roberto y juntos habían aceptado que su hijo cumiche, Pablo Emilio, se graduara en el Pedagógico con todas las de ley. La abuela había aceptado ponerse un traje negro aterciopelado con crinolina en el fondo y además colocarse en un gran anillo dorado que los padres de La Salle habían diseñado para esa promoción.

Después de la fiesta de promoción de Pablito, habían también aceptado que estudiara en la Escuela de Agricultura y que participara en los intercambios que la misma promovìa con otras universidades. Ellos gustosamente habían dispuesto que en la casa se aceptara a los estudiantes de las otras universidades y que se les atendiera en todas sus necesidades para ayudar al mundo a graduar cada vez más, más y mejores agrónomos.

Fue dentro de ese espíritu que se aceptó la venida de Ted. Ted era un gringo enorme, medìa alrededor de seis pies. Era chelote y aseado. Era estudiante de una de las escuelas de agronomía que participaban en el programa de intercambio.

Mi abuela lo dispuso todo. El cuarto, la cama, las orientaciones a las muchachas que lo iban a cuidar, su comida, lo que debía comer, cómo debían comportarse y las normas rígidas a las niñas para que no lo perturbáramos en sus estudios. Durante Ted estuviera en la casa, debía reinar el orden, la pulcritud y el aseo, porque éll era un norteamericano, que venía de otro país y debía llevarse la mejor impresión del país, y por sobre todas las cosas, de la familia que era su familia en Nicaragua y en La Concha.





Así se hizo. En el primer desayuno, mi mamá lo atendió y los niños y niñas fuimos requeridos de dejar desayunar a Ted solito, porque así acostumbraban desayunar los de los otros países. Mi abuela había consultado qué comía y le habían indicado que en el desayuno, le podía ofrecer frutas, que era preferible a cualquier otro alimento que le fuera a hacer daño.

Mi abuela y mi mamá ordenaron las frutas y le fue servido un desayuno integrado por varios bananos y naranjas. Todos esperábamos las palabras que Ted iba a decir por aquel desayuno tan tropical. Cuando fue requerido sobre el mismo, se le preguntó: ¿Y qué le pareció el desayuno? y él, en un español atarzanado dijo: “Rica fruta, pero muy grande semilla”. Todos nos miramos entre nosotros confundidos y sin saber qué decir.

Mi sabia abuela no dijo nada. Se fue a la mesa del comedor y encontró los bananos sin las cáscaras y musitó: ¡Qué gringo más bruto! Se comió las cáscaras y dejó el banano!

La explicación que se nos dio a los niños fue que en el lugar donde había nacido Ted no habían bananos y que él no los conocía.